miércoles, 27 de enero de 2010

Con tu luz...





Si, esta mañana ha vuelto a amanecer, e incluso me ha regalado un pequeño rayo de sol para iluminar el camino que recorro cada día, ese que me lleva por la misma senda una y otra vez, y que unos días me saluda alegre, otros, abatido, pero siempre franco, siempre implacable y sincero hasta el insulto.

Y como cada día, yo lo recorro, unos días con la esperanza de que algún brote resurja en su bordes, otros con la angustia de no encontrarme con que ha marchitado la vida que creí ver renacer.

Unos días, camino descalzo de miserias, otro calzado con los colores de deseos imaginados, inalcanzados y sin que importe las piedras que encontraré en mi transitar, y de un modo u otro, seguiré estirando mis brazos al cielo por ver si soy capaz de tocar con la yema de mis dedos lo que aún no he soñado, lo que aún no he escrito, lo que aún no he palpitado.

Y sabía que algún día, en ese camino, me encontraría contigo y si me encontraba sediento, bebería de tus labios, si me sentía cansado reposaría entre tus brazos, si me sentía abatido renacería entre tus manos y yo, vigilaría tu sueño, y todo sería como antes y como después, como nunca y como siempre.

Hoy te desvelas como mi luz, y tu luz envuelve las sombras de mis decepciones. Que el camino me lleve donde él quiera, pero que lo haga contigo a mi lado, ni delante, ni detrás de mi, tan solo... a mi lado.

viernes, 15 de enero de 2010

Cuando el cuerpo no puede con el dolor del alma


Nunca quiso ser un ser atormentado, quería vivir, reír, sentir, como tu, como yo, como todos, antes de que la vida les golpee en ese fatídico juego que es el azar, en el que la crueldad no viene con nombres, ni con actos, ni con rechazos, ¡no! Es el destino marcado por la propia existencia.

Hizo cosas bien y otras muy mal, y por alguna razón, las que pudo hacer bien, las cubrió el manto del rencor hasta dejarlas hechas añicos, desprovistas del valor que pudieran tener. Eran una anécdota, la excepción en toda una vida, era el triunfo de lo odioso sobre lo amable, de lo reprochable frente a lo loable, era el resultado de un juego con cartas marcadas, un juego desleal, la glorificación de las trampas como regla de juego, la puesta en escena de lo injusto como deidad suprema.

Todo era soportable, solo pesaba en él la desesperanza y el abatimiento, cuando veía desvanecerse a una, y se dejaba caer la otra, pero lo soportaba apuntalando su esperanza en instantes… hasta que asumió que debía ser así, que todo lo que le ocurría era el justo precio a sus fracasos, sus errores, y su indignidad. Asumió que no era bueno, ni para él ni para nadie y aceptó una imagen de si mismo que no se merecía.

Y su cuerpo físico no fue capaz de llevar sobre sus espaldas el dolor de su alma, la angustia y la tristeza se convirtieron en una carga demasiado pesada, apenas aligerada por una palabra amable, un guiño complicente, una caricia descuidada al amparo de las sombras.

El fracaso y su compendio de sensaciones oreó su ya lento deambular por ese mundo cansado de regalarle instantes de paz y en su valiente cobardía fijo el limite a su dolor.

No hubo lugar a despedidas, porque nadie podía despedirse de él. Las despedidas fueron el incesante goteo de sus sueños despedazados, de sus últimos gritos silentes que nadie escucho, de súplicas a la nada, y abrazos a la soledad.

Y en su piel jamás se marcaron los hachazos en el alma.