viernes, 15 de enero de 2010

Cuando el cuerpo no puede con el dolor del alma


Nunca quiso ser un ser atormentado, quería vivir, reír, sentir, como tu, como yo, como todos, antes de que la vida les golpee en ese fatídico juego que es el azar, en el que la crueldad no viene con nombres, ni con actos, ni con rechazos, ¡no! Es el destino marcado por la propia existencia.

Hizo cosas bien y otras muy mal, y por alguna razón, las que pudo hacer bien, las cubrió el manto del rencor hasta dejarlas hechas añicos, desprovistas del valor que pudieran tener. Eran una anécdota, la excepción en toda una vida, era el triunfo de lo odioso sobre lo amable, de lo reprochable frente a lo loable, era el resultado de un juego con cartas marcadas, un juego desleal, la glorificación de las trampas como regla de juego, la puesta en escena de lo injusto como deidad suprema.

Todo era soportable, solo pesaba en él la desesperanza y el abatimiento, cuando veía desvanecerse a una, y se dejaba caer la otra, pero lo soportaba apuntalando su esperanza en instantes… hasta que asumió que debía ser así, que todo lo que le ocurría era el justo precio a sus fracasos, sus errores, y su indignidad. Asumió que no era bueno, ni para él ni para nadie y aceptó una imagen de si mismo que no se merecía.

Y su cuerpo físico no fue capaz de llevar sobre sus espaldas el dolor de su alma, la angustia y la tristeza se convirtieron en una carga demasiado pesada, apenas aligerada por una palabra amable, un guiño complicente, una caricia descuidada al amparo de las sombras.

El fracaso y su compendio de sensaciones oreó su ya lento deambular por ese mundo cansado de regalarle instantes de paz y en su valiente cobardía fijo el limite a su dolor.

No hubo lugar a despedidas, porque nadie podía despedirse de él. Las despedidas fueron el incesante goteo de sus sueños despedazados, de sus últimos gritos silentes que nadie escucho, de súplicas a la nada, y abrazos a la soledad.

Y en su piel jamás se marcaron los hachazos en el alma.

17 comentarios:

  1. Las heridas del alma son mas difíciles de curar que la físicas, pero cuando menos te lo espera aparece alguien o algo y se cura y volvemos a ser felices.

    Un beso y buen finde

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  2. Bonitas letras para alguien, sin duda, muy especial.
    Besos.

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  3. Han soy Esteban de MUNDOBELLOTO, cambie de imagen.

    Saludos

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  4. Que triste, estoy con Esteban, las heridas del alma son las mas dificiles de curar, y se curan, pero la cicatriz queda para siempre.

    Besito!.

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  5. Ha merecido la pena esperar y poderme deleitar con tus escritos.
    Besos.
    M

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  6. los Azares son los momentos de la Vida que nos llevan a nuestro Destino, Destino el cual tiene por objetivo la Libertad del Ser y los Azares son los que nos van uniendo frente a la Dualidad Creadora hasta alcanzar una elevación de Conciencia frente a lo que nos rodea. Muy interesante tu texto mi querida MySelf, espero que sigas deleitándonos con tus letras.
    Salud-os desde mi cubil.

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  7. wouw dolor de verdad eh????


    Un saludo enorme volveré, un saludo!

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  8. El cuerpo es débil, nunca soportaría las heridas del alma.

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  9. Hay heridas que no se soportan. Excelente entrada, emotiva y desgarradora.

    Bessets.

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  10. Ya era hora de que reaparecieras por estos lares... y no podías haber vuelto mejor!!

    Es un retrato del dolor puro y duro, pero te quedó tan bonito! xD

    saludos!

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  11. desgarradora entrada!! no sé si tendrá relación con lo que me comentaste el otro día en el blog con la canción.

    Muchos besos

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  12. Uff. me ha encantado!.. a pesar de lo cruda que es ¡ME HA ENCANTADO!!!.. y si. es cierto que a veces el peor dolor, es el que no se "ve"..

    Un besote!

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  13. Ay...No hay tiritas para esas heridas...
    No sé porqué no se me ha actualizado tu blog...Llego un poco tarde, pero llego, y me ha encantado a pesar de la dureza.

    Muchos besitos preciosa.

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  14. Es verdad , el cuerpo no puede con las heridas del alma. Como entiendo tu escrito, por desgracia lo puedo sentir en el alma. Besos.

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  15. Qué bonito y qué triste...

    Un beso.

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  16. Hey...una decoración algo más sobria, por lo que veo.

    Nadie quiere ser un atormentado pero, evidentemente, algunos saben soportar mejor esa situación que otros con la unánime esperanza de que sea breve. El problema radica en perder la esperanza de mejorar que, en teoría, debiera ser lo que nunca se perdiese.

    Pero son situaciones así las que empujan a la locura o al abandono...así de simple y triste. Ojalá sepamos no sólo ver esos potenciales riesgos para otros, sino que saber usar las herramientas para prevenirlos.

    Las cicatrices tienen que quedar...son un recordatorio de dónde vinimos; nunca hay que olvidar eso, sobre todo cuando nos envanecemos por rachas circunstanciales de buena fortuna. Saludos afectuosos, de corazón.

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  17. CUANDO EL CUERPO NO PUEDE CON EL DOLOR DEL ALMA
    de Conrado Font Arquer, el Martes, 12 de enero de 2010 a la(s) 9:00 ·
    Nunca quiso ser un ser atormentado, quería vivir, reír, sentir, como tu, como yo, como todos, antes de que la vida les golpee en ese fatídico juego que es el azar, en el que la crueldad no viene con nombres, ni con actos, ni con rechazos, ¡no! Es el destino marcado por la propia existencia.

    Hizo cosas bien y otras muy mal, y por alguna razón, las que pudo hacer bien, las cubrió el manto del rencor hasta dejarlas hechas añicos, desprovistas del valor que pudieran tener. Eran una anécdota, la excepción en toda una vida, era el triunfo de lo odioso sobre lo amable, de lo reprochable frente a lo loable, era el resultado de un juego con cartas marcadas, un juego desleal, la glorificación de las trampas como regla de juego, la puesta en escena de lo injusto como deidad suprema.

    Todo era soportable, solo pesaba en él la desesperanza y el abatimiento, cuando veía desvanecerse a una, y se dejaba caer la otra, pero lo soportaba apuntalando su esperanza en instantes… hasta que asumió que debía ser así, que todo lo que le ocurría era el justo precio a sus fracasos, sus errores, y su indignidad. Asumió que no era bueno, ni para él ni para nadie y aceptó una imagen de si mismo que no se merecía.

    Y su cuerpo físico no fue capaz de llevar sobre sus espaldas el dolor de su alma, la angustia y la tristeza se convirtieron en una carga demasiado pesada, apenas aligerada por una palabra amable, un guiño complicente, una caricia descuidada al amparo de las sombras.

    El fracaso y su compendio de sensaciones oreó su ya lento deambular por ese mundo cansado de regalarle instantes de paz y en su valiente cobardía fijo el limite a su dolor.

    No hubo lugar a despedidas, porque nadie podía despedirse de él. Las despedidas fueron el incesante goteo de sus sueños despedazados, de sus últimos gritos silentes que nadie escucho, de súplicas a la nada, y abrazos a la soledad.

    Y en su piel jamás se marcaron los hachazos en el alma.

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